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Ya se sabe que los ideales y valores de los que más presume una época histórica son precisamente aquellos que menos existen en la realidad. Se sueña con princesas que se casan con campesinos, porque la distancia real que separa a estos dos estamentos es inmensa e irreversible. De ahí los mitos, y las ideologías, que pueden hablar tanto de los deseos irreprimibles de una clase social, como de las justificaciones y coartadas de la otra; al menos en el mito, existe una ambivalencia que permite ciertas sorpresas o sobresaltos históricos, cuando el mito consolador se toma al pie de la letra y se exige su realización. Entonces se provoca, violentamente porque es necesario, el Milenio, para colmar todas las distancias y celebrar todas las bodas. Mientras tanto, se siguen pregonando las mentiras, las ilusiones van por un lado, y la vida por otro.
Si aplicáramos esta sencilla ley a nuestra época, llegaríamos a la conclusión, entre otras muchas cosas, que nunca antes el ser humano se había aburrido tanto, ni su vida ha sido tan monótona y vacía, puesto que en todo momento se nos quiere convencer de que estamos rodeados de diversiones, que somos capaces de reinventar nuestro comportamiento de forma libre y espontánea, de que somos, en fin, un pozo inagotable de creatividad. Y en cierto modo es así, al menos para una franja cada vez mayor de la clase trabajadora que se ve explotada en las condiciones de producción del capitalismo posindustrial, o capitalismo de espíritu el que se dedica sobre todo a producir, comerciar, publicitar y vender las mercancías basadas en los sentimientos, emociones, deseos y fantasías de la propia población. Aquí se exige creatividad, compromiso emocional, sentimientos a flor de piel, flexibilidad conceptual, gusto por la aventura mental, y no sólo a los altos directivos. Pronto, a todos, hasta a las cajeras de los supermercados o a los repartidores de pizzas, se les conminará a que se les ocurran cosas, para atraer al consumo y multiplicar los beneficios. "Los tiempos han cambiado, hace falta pensar y reaccionar, y sé con pena que no podrás vivir en este lugar. Ya no tendrás hogar alguno, los rincones de los despachos te repudiarán, Y si alguien te ofrece cobijo, pues a ese alguien también habrá que despedir. Sin demora. Sin mano trémula. Y sin indemnizar". Así reza una lamentable Oda a la mediocridad que una empresa de publicidad se permite lanzar a los cuatro vientos, como manifiesto del Nuevo Orden, como nuevo contrato social. El mediocre, que no es lo mismo que el vago de la cadena de montaje contra el que luchaban las draconianas reglamentaciones del fordismo, será despedido sin indemnización por no imaginar, por no tener fantasía, por su falta de corazón. Y a la salida de tan excitante jornada laboral, la fiesta continúa, pues el mundo se ve convertido en el país de las hadas por obra y gracia del espectáculo, con sus efectos especiales, con sus hechizados que se pasean con cadenas voluntarias por los pasillos virtuales de la casa de vecinos global, con sus tierras encantadas por los parques temáticos, con la realidad echada a perder por la ficción que responde a un único y despiadado imaginario: el imaginario de la economía.
Y sin embargo, la gente se aburre. Porque a esos a los que se les pide que se les ocurran cosas ficticias, nunca les ocurre nada verdadero; porque esos juegos de manos y esa magia degradada tampoco nos pertenece, pues no responde a ningún deseo profundo sino a lo que dicen las encuestas sobre las tendencias de mercado (todavía no son lo mismo...); porque nuestro comportamiento sigue siendo estereotipado, responsable, ordenado, previsible y vulgar, racionalista (sí, racionalista en el peor sentido de las palabra puesto que nada debe salirse del cálculo de proabilidades de la economía y del control social) y lógico, a pesar de las máscaras de la demencia que la farsa nos ofrece. Porque esa creatividad se dedica exclusivamente al trabajo, y se agota en él, de modo que, en el así llamado tiempo de ocio, no se espera que el consumidor sea realmente creativo (entonces no consumiría, incluso tal vez hasta se negaría a trabajar), sino que acepte las reglas del juego de los entretenimientos del espectáculo, que simulan tanto como niegan la verdadera imaginación. La vida se malogra así en una infinidad de tareas que parecen variadas por incomprensibles, que parecen entretenidas por absurdas, pero que en definitiva conforman la geografía desoladora de la alienación y del aburrimiento contemporáneos.
En este contexto se entiende que la lucha por los derechos de la imaginación sigue siendo tan acuciante como antes, y que los programas utópicos del surrealismo o de la I.S. siguen de alguna manera vigentes, porque, escandalosamente para nosotros, todavía no se han hecho realidad. Pero se equivocaría el que pretendiera aplicar las recetas polvorientas de la misma manera que en su época original (y ya en esas épocas, fracasaron), porque el combate es hoy otro. No contra un orden victoriano que encorsetaba las pasiones y condenaba al individuo a unas reglas morales rígidas, a unas actitudes codificadas según el estatus social, sexual o de edad, reglas que sofocaban cualquier emoción y cualquier espontaneidad; más bien, la lucha es contra un mercado de la personalidad en el que no hay instinto humano, pasión irracional o acto delirante que no encuentre su modelo y rol conformados como objeto de consumo, de tal forma que, dentro de la enajenación social, nadie sea capaz de encontrar el camino de su verdadera enajenación individual, pues cualquier acto, hasta el más delirante o el más sacrílego, no parece sino que imita uno de los infinitos roles que nos ofrecen los escaparates del mercado. Tampoco contra un racionalismo estrecho que condenaba a la loca de la casa, la imaginación, al infierno de la marginalidad o la locura; más bien, contra la legitimización como herramienta de la mercadotecnia de una imaginación corrompida por las fantasías del espectáculo, que identifica imaginar o soñar con comprar, y que presume de que "todo es posible", que se trata tan sólo de "imaginálo y hazlo", a condición, claro está, de la negación de la facultad primordial de la imaginación, la única que en definitiva nos interesa, que consiste en la capacidad de desear, proponer y hacer deseables otras alternativas vitales, sociales, políticas y económicas al orden dominante (1) . Ni siquiera, en fin, contra un orden lógico diseccionado por una ciencia que ha decretado la extinción de lo maravilloso y de lo absurdo; otra vez, contra el delirio científico que no admite más maravillas ni más absurdos que los que ella misma se dedica a crear y propagar bajo la forma de horrores y de monstruos en un mundo reconvertido en inmensa isla del doctor Moreau. Estas serían algunas de las coordenadas del nuevo mapa de la vieja lucha. Faltan, claro está, otras muchas más. Y no se ha hablado de las armas a nuestra disposición. Sin duda, los movimientos que han hecho de la realización de la poesía su razón utópica de ser, pueden proporcionar todavía un arsenal muy prometedor, siempre que se corrija el ángulo de su punto de mira para adaptarlo a las condiciones actuales. En ese arsenal, bajo extraños cachivaches y máquinas inservibles, se esconde una bomba negra y redonda provista de una evocadora y larga mecha. Se llama la patafísica.
* * * No se trata de resumir ahora la historia de la pataphysica, esa "ciencia de las excepciones y de las soluciones imaginarias" creada por Alfred Jarry, que a través del humor, del cultivo de lo absurdo y de la parodia del método científico pretendió "describir un universo que se pueda ver, y que quizás se deba ver en lugar del tradicional". Conformémonos con recordar cómo la patafísica, que puede ser interpretada como la filosofía última del Simbolismo que prepara ya el camino teórico a los profetas de la realización de la poesía, fue desviada con la creación del Colegio de Patafísica en el París de 1948 hacia la fundación de una jerarquía, mitad aristocrática mitad cirquense, en la que entraron viejos camaradas de Jarry supervivientes de la Belle Epoque, exsurrealistas, surrealistas, surrealistas-revolucionarios, letristas, antiguos futuristas y francotiradores varios. A pesar de sus fértiles ocurrencias, la patafísica oficial y celosa de su denominación de origen terminó fosilizándose en el dogma, la secta y la repetición de los mismos chistes al calor de un fuego ya languideciente y en vías de extinción. El mayor error, sin embargo, consistió en el desaprovechamiento de la energía de la patafísica, que se utilizó para experimentos literarios finalmente banales como el OULIPO, en vez de utilizarla para desarrollar lo que la propia patafísica ya era en germen: por un lado, una crítica de la ciencia y de la técnica tanto más efectiva cuanto que se basaba en un razonamiento tan lógico como humorístico y poético. Por el otro, un método de subversión de la vida servil, un código de conducta, de gimnasia corporal y gestual, una esgrima de actos cotidianos capaz de desbaratar el entumecimiento eterno de la marioneta humana. Como decía uno de los grandes sátrapas del Colegio, Noel Arnaud, "la patafísica es una ciencia de la observación, o una manera de ver, de la que los exaltados pueden deducir un arte de vivir". Ese arte de vivir es el que en su momento apuntaron los surrealistas, por medio del acto irracional, del escándalo o de la confiada aceptación del azar; o los situacionistas, con su búsqueda racional y consciente de una nueva vida. Ese arte de vivir es el que igualmente necesitamos hoy, sólo que todavía más refinado, pues las actitudes pasionales que puedan desacreditar la supervivencia superándola no pueden ya no confundirse ni solaparse con el catálogo de manías y de espasmos de polichinela del espectáculo, y, sobre todo, más negativo (2). Para la reconstrucción de ese arte de vivr, como para el lanzamiento de la imprescindible ofensiva de gran estilo contra la civilización tecnocientífica, hemos encontrado en el viejo arsenal la bomba patafísica.
* * * Porque afortunadamente, la patafísica es una sustancia demasiado explosiva como para que las instituciones (¡aun pataphysicas!) pudieran almacenarla sin peligro, y así se producen tranfusiones de la antigua energía que anima en otros tiempos y en otros lugares una actividad análoga. Como El Otro Ilustre Colegio Oficial de Pataphysica de Valencia que se empeña, desde su fundación en 1990, en renaudar y proseguir la agitación del Chat Noir de París, o del Cabaret Voltaire de Zurich, utilizando sus mismas armas: el humor, la provocación y el caos. El objetivo, que insiste en la brecha abierta por el surrealismo, es nada menos que "hacer conscientes los procesos inconscientes". Ahora bien, hoy el inconsciente ya no es lo que era, y quizás no nos permita revelar maravillas sino pesadillas, y en vez de iluminar confunda y mienta, pues también él, como realidad que es, está impregnado de las quimeras de la economía y del consumo. No importa, pues la labor profiláctica es tan necesaria como la genésica. "El OICOP se yergue como órgano y símbolo del ridículo de una época que no ha sabido administrarlo", reza el manifiesto del OICOP del Dr. D. Quatre-Vingts Cocotiers. Más bien, ese ridículo se administra a manos llenas, hasta anegarnos, pero no se quiere reconocer como tal, como materia constituyente de nuestra sociedad, sino como entretenimiento; haría falta entonces hacerlo consciente, sin falsas coartadas, para despues destruirlo. Para ello, nada mejor que la construcción de situaciones absurdas que revelen el absurdo de la normalidad razonada y de la religión de lo útil, y que permitan la irrupción, siquiera efímera, de la imaginación autónoma que no sólo rotura la mediocridad ridícula de la vida cotidiana, sino que, sobre esa tierra baldía, se atreve a echar los cimientos de otra etología humana.
En otras épocas más felices y menos escépticas, menos estragadas por el atracón del espectáculo, hablaríamos de que con el OICOP llega el soplo de la libertad. Hoy no nos atrevemos a tanto. Sea como fuere, vestidos como caballeros de entreguerras, o, mejor aún, de principios de siglo (del siglo XX, decimos), el Colegio, en una de sus muchas encarnaciones, se entrega a una actividad "artística" que resulta difícil de catalogar, una mezcla de actuación musical, pantomima y recital de poesía que por participar de todos los géneros muertos inventa uno nuevo, melancólico y grotesco, el número de la patafísica. Por esta misma razón, se hace difícil, si no imposible, arriesgarse a una descripción de sus actuaciones. Deberíamos intentarlo sin embargo. En cuanto al aspecto musical, las melodias románticas, sentimentales y nostálgicas que el Dr. Friederich Von Pinacothéque toca al piano, experimentan el sabotaje y la destrucción a manos de dos terribles violinistas, el Dr. Antuan Duanel, ese dandy indiferente, y el Dr. El Antiabraham Mi Primer Mamut, ejemplo esclarecido de la perversión polimorfa de la infancia eterna. Conviene aclarar que la mayor virtud de estos doctores es que no saben tocar el violín. Sobre este pandemonium musical, el Dr. Bungalou Lumbago A´tresbandas ¿canta? ¿declama? sus extraños poemas, no aptos para todos los públicos, con una retórica que por anticuada y polvorienta se nos aparece como la más actual (o inactual, tanto nos da). Últimamente, a este caos sonoro-poético que el colegio ha bautizado, no sin razón, como punk decimonónico, se le han unido nuevos elementos de demolición. Es el caso del Dr. Truna, que incorpora sus inventos inquietantes, reliquias de un retrofuturismo paródico que bate en su propio terreno de la eficiencia técnica a la ideología utilitarista de la máquina. Así, el toro cósmico, definido como "una escultura que hace ruido"(?); o la trompeta truna, que consiste en una placa electrónica conectada a una trompetita de juguete provista de un altavoz; o la bola mágica, un artilugio que conectado a un cable eléctrico amplifica el cuerpo de las personas que la sostienen, de tal manera que al rozarse o tocarse generan un simpático ruido, algo así como "mec, mec". Por otro lado, tenemos al Dr. Sieur Oublié Le Parapluie, gran mago negro, ogro refinado que se pierde entre sus lúgubres bromas y sus sangrientas paradojas, embajador del lado oscuro y supremo comeniños, al que sin embargo adivinamos, como en los más crueles cuentos de hadas, bondadoso. Aclaremos que el equívoco y temible sentido del humor del Dr. Oublié, que para empezar y por sistema se dirige contra sí mismo, pertenece al linaje de los grandes señores de la decadencia; que, entre el Duque de Blankemburgo de Elemir Bourges, y el príncipe Noronsoff de Jean Lorrain, se sitúa y explica la desmesura moral y la crueldad mental de este último decadente, cuya sola presencia escandalosa es capaz de provocar a su alrededor un total desbarajuste y una fuga de cualquier idea de autoridad, empezando por la autoridad de lo serio. Hasta aquí el vano intento de descripción. Sea como fuere, quien haya asistido a algunas de sus "veladas", puede dar fe de que no se trata en ningún caso de una revisión arqueológica o estetizante de esos modelos históricos que supieron encarnar la rebelión pura y el furor organizado a la vez que desesperanzado. Todo lo contrario. Por medio de una taumaturgia que se nos escapa, el libre espíritu que poseyó a Alphonse Allais o a Hugo Ball se transmite, literalmente, a las huestes del OICPV, que retroceden así a la edad del salvajismo, o de la infancia. Y hay una violencia poética inmanente a sus escenificaciones, que llega a conmover los espectadores, que si al principio sonríen despreocupados pueden muy bien sentir vértigo cuando las luces se encienden, un vértigo no precisamente ilusorio sino físico. A veces esa violencia es casual y gratuita, a veces no (3).
Por otro lado y como era previsible, al proponerse injertar los procesos oníricos en una actividad cualesquiera (en este caso, una actuación músico-teatral) de lo que llamamos realidad o estado de vigilia o vida consciente, el OICOP se reencuentra con el problema que ya advirtió el surrealista belga André Souris al estudiar las relaciones entre surrealismo y música: que es imprescindible partir de elementos reales, entendidos como lugares comunes reconocibles por todos (una música monótona y mal interpretada que se basa en Satie pero también en el vals, la barcarola y otros géneros caducos; una declamación poética rancia y tópica que no teme caer en la retórica más polvorienta), para después "hacerles sufrir, por una operación muy particular, una transformación que metamorfosee esa realidad". En el caso del OICOP, la propia inoperancia instrumental se confunde con la improvisación musical y conduce a una sensación de ambiguo extrañamiento, y la dicción retórica no se aplica sino a textos convenientemente delirantes, y se extrema hasta volverse contra sí misma y fundarse como voz oracular, con lo que la simple burla trasciende a un clima inesperadamente poético y encantatorio, agresivo y perturbador: como volver a la infancia. Es que, una vez más, sólo desde la realidad tiene sentido la imaginación, y sólo los lugares comunes y la cotidianidad más estandarizada son rivales dignos con los que ella puede y debe medirse (4). Todo lo demás es literatura, o como diríamos ahora, simulacro.
* * * Pero la actividad perniciosa del OICOP no se limita ni mucho menos a sus "actuaciones", sino que contagia toda su vida cotidiana, sus actos y sus gestos, así como sus intervenciones públicas. Las fotos que acompañan este texto ilustran una de ellas, modelo posible de agitación poética. Un sábado por la tarde, en el cruce de algunas de las calles más comerciales de Valencia, los patafísicos aprovechaban el momento en que se cerraba un semáforo para, vestidos de rigurosa (y anacrónica) etiqueta, oficiar una solemne ceremonia de la toma del té, con sillas, mesa y mantel incluídos, en pleno paso de cebra, ceremonia que se interrumpía con el semáforo en verde, para ser continuada en el paso de cebra vecino, y así sucesivamente. Ninguna presencia de los medios de comunicación, ninguna pretensión artística, ni una sombra de vulgar happening. El OICPV tomaba el té porque le apetecía, por puro placer, porque sí. Que la masa movilizada por el consumo sintiera estupor ante tan ilustre ceremonia, que ese estupor pudiera levantar siquiera un atisbo de sospecha, en algunas personas no del todo hipnotizadas, sobre lo que significa el ocio en las sociedades contemporáneas, sobre cómo vivimos, incluso sobre cómo podríamos vivir... son efectos siempre deseables, puede que hasta conscientemente buscados, pero siempre secundarios. Así al menos lo entienden los patafísicos, que hoy beben té en la calle, ayer avanzaban impertérritos por la playa vestidos de rigurosa etiqueta para bañarse en el mar con la más olímpica de las serenidades, antesdeayer se ofrecían a los pasajeros de un autobús como empleados de la Compañía de Autobuses para satisfacer todos los deseos de los usuarios en lo que durara el trayecto (recordemos que en nuestro tiempo sin gusto ni estilo, las elegantes galas se confunden fácilmente con un uniforme oficial), y hace 15 años transformaban los nombres de las calles de Burriana, cambiando la Calle Salvador por (era obvio) Calle Salvador Dalí, y la calle Divina Pastora por Calle Adivina la Hora (el absurdo no está tanto en estos juegos de azar y lenguaje sino en que, 15 años despues, las calles siguen con el mismo nombre, lo que dice mucho tanto de la diligencia de los ayuntamientos como de la ceguera y estabulación de los ciudadanos, incapaces de observar algo alrededor, porque viven en la nada). Y mañana, tal vez, se disfracen de conejos para romper el sentido del trabajo, el sentido del deber y todos los sentidos de la vida actual, tal y como proponen en el texto-programa de acción que se transcribe a continuación, y del que sólo se puede lamentar que todavía no se haya llevado a la práctica.
LOS CONEJOS, CHISTERA EN RISTRE, RAPTAN AL PRESTIDIGITADOR por el Dr. Bungalou Lumbago A'tresbandas, Doctor en Patafísica, 1998 [8473 desde el reinado del Padre Ubú]
El Dr. Bungalou pretende con este mini ensayo teórico-práctico acribillar a los acadudalados bienpensantes de la razón impreante, esto es, a los fervientes defensores del más común de los sentidos que, si para un perro es el sentido del olfato, ya que es en estos mamíferos donde juega un papel preponderante en la hora fatal de la reproducción, sin embargo, hete aquí, que para los hombres y mujeres este sentido es el sentido común, llamado así por la excesiva facilidad con la que prende en los espíritus que se pliegan ante la promesa de un provechoso destino. Los Doctores en Pataphysica, siempre ojo avizor, si acaso pertrechados bajo el parche del disimulo ante su malcarada gobernante, es decir, ante su conciencia, la cual recibe en el vestíbulo de su cerebelo de 12 a 14 hrs., recogen con los dedos de su mano más próxima el hilo de saliva que se balancea como una red entre sus labios y el vacío y lo aplican como agua de Mayo hacia las regiones mas inferiores de su conciencia que huye engalanada por la prodigiosa longanimidad de su adversario, es decir, de su propio Doctor ( ya se sabe: todo Doctor en Pataphysica tiene su propia conciencia aunque el Doctor se empeñe en negarlo repetidamente ). Los hechos serán los siguientes: cariacontecidos como un erizo ante una batalla campal van los pasajeros de los autobuses regulares camino de sus ocupaciones habituales. Es un lunes por la mañana, Cronos tuerce la nariz, dan las ocho. El trolebús para, abre sus puertas automáticas y un Doctor en Pataphysica sube vestido impecablemente con un disfraz de conejo de la mejor calidad- saca una zanahoria y busca sitio para sentarse; es muy temprano, esto no son horas, ni siquiera para un Doctor en Pataphysica disfrazado de conejo. Todos los asientos estaban ocupados pero ¡Oh Novedad! ahora están totalmente libres; sus ocupantes se han enderezado dando su primer salto en todo el semestre y se han sujetado de las argollas que el autobús concede -invitando a la horca- para sus huéspedes en un gesto de cortesía sin par. El Pataconejo se acomoda en el mejor asiento del autobús ¿? y espera pacientemente.
El conductor masca tabaco, lo hace desde mucho tiempo atrás, así pues, no se apercibe de lo que ocurre a su alrededor. Otra parada. Nadie se apea; al contrario otro Pataconejo sube y, al estilo inglés, se sienta dos filas más allá de su congénere. No se hablan; ni se han mirado; esta circunstancia ha calado profundamente en el ánimo de los presentes inyectándoles el aguijón que lleva el veneno de una creciente curiosidad. La escena se repite solemne y meticulosamente durante 7 estaciones más. Hay 9 Pataconejos en el interior y, ahora, los pasajeros ya no son los mismos aunque numéricamente la cifra sea idéntica a la que existía cuando apareció el primer conejo-doctor. Ninguno ha abandonado su puesto, sin embargo, muchos serán despedidos de sus trabajos, otros dejarán -esa mañana- los pechos de sus amantes en carne viva, los más se habrán librado de otra deuda..... un crimen ?, un amor ?, las reprimendas del sastre ?...... En el exterior, un viandante -al ver el autobús repleto de conejos- realiza un acrobático doble salto mortal y acto seguido aborda -en su aterrizaje- a una pacífica viejecita a la que sin más miramientos le entrega toda su ropa y desaparece misteriosamente de la calle ocultándose en el alcantarillado. De pronto un espasmo general penetra en los hocicos de los Pataroedores, hay gritos y alboroto; un zorro, falda escocesa y jersey a cuadros, acaba de subir portando una carpeta llena de planos y un escalpelo. A su vez, los 9 Pataconejos apretujados en la parte trasera lanzan ortigas diminutas -que extraen de su chistera- sobre tan inoportuno mamífero. La situación se complica y los conejos presionan repetidamente "parada solicitada". El conductor frunce el ceño, escupe tabaco y frena. Las puertas se abren y los Doctores-conejos corren despavoridos; mientras, el zorro, animal de costumbres, se acomoda al lado de una señorita de exagerada fragata y, con la excusa de los planos y el escalpelo entabla animada conversación. Una vez mas el desorden público ha sido restablecido; pero ahí no acaban las Patafechorías. Los conejos se desprenden del traje de conejo y los Doctores en Patahysica reaparecen deslumbrantes con la sonrisa de Humpty Dumpty dibujada en el semblante.
Advierten a un Magistrado que se dirige plácidamente –después de sus 6 condenas diarias- con el deber ungido, a su camita a descansar donde le espera su mujer, una abogada de la patria, con un callo muy molesto en el pie derecho y un esternón de campeonato con el que enamoró a nuestro hombre.
De otro costal, dos calles más allá los Doctores divisan a un honrado pastelero que a fuerza de manipular el azúcar ha endulzado las formas de su rostro de raíz y ahora es tan hermoso como un efebo griego.
¿Qué hacer? ¿Cómo corromper radicalmente las vidas de estos dos individuos sin que lo noten?. Muy fácil. Atacaremos desde el exterior. La mecanización de sus existencias hará el resto.
Así pues, los Doctores en Pataphysica dispondrán de los siguientes elementos: una escalera, una brocha, un pincel mediano y un bote grande de pintura. Esto y un cierto grado de habilidad será suficiente. ¿Cómo? pensarán ustedes. He aquí la solución: Supongamos que el Magistrado (MA) vive desde hace 15 años en la calle de las Transparencias Imperativas y el Panadero (PA) en la calle del Hongo Dulzón. Un simple intercambio del nombre de las calles utilizando los materiales antes indicados conseguirá que nuestros hombres varíen su trayectoria y aparezcan en una casa que no es la suya. El hábito unido a la pereza y a la nula capacidad de asombro implantará rápidamente la nueva situación en sus mentes como costumbre lógica y abrumadoramente vana. Todo el entorno volverá a adaptarse fácilmente como se adhieren las lapas a las rocas del litoral. Esto se haría extensivo a todas las calles, plazas y avenidas de cualquier ciudad confundiendo y trastornando las vidas de sus parroquianos. Es más, cada trimestre ( u otro lapsus de tiempo elegido al azar ) una brigada de Doctores en Pataphysica se encargará de volver a poner patas arriba el callejero municipal. El municipio, por tanto, caerá irremisiblemente en el precipicio del sin sentido y se habrá convertido en el lupanar -patrocinado por El Otro Ilustre Colegio Oficial de Pataphysica- con diversión gratuita de cualquier tendencia, que todos deseamos.
Schubert es acuoso.
Sin apenas descanso los Doctores abren los ojos nuevamente y..........
¡ ya es navidad !. Una idea, diabólica, embellece sus frentes con la agilidad propia del gamo del Ecuador.
Nos encontramos en el Salón de Actos Paganos del Ayuntamiento; es víspera de Reyes. Ya habrán adivinado que los 3 Reyes Magos que agasajarán a los infantes de la ciudad son ni más ni menos que otros 3 Doctores en Pataphysica convenientemente disfrazados de sus Majestades de Oriente. Y bien, hasta aquí todo normal. Pero, como el imán, lo normal atrae el cieno, cicuta del alma y alegría del Doctor.Se trataría de tentar con citas de Ciorán y del Marqués de Sade los oídos tiernamente permeables de esos niños y niñas para que las caricias del baile enigmático de esas frases se pegaran como una calcomanía en las sinapsis virginales de sus cerebros y durmieran el sueño de la carnalidad hasta que en el fragor tumultuoso de la juventud explotaran, agravando así la situación empírica de sus semejantes.
Esos pequeños rasguños propiciados por el temor a lo insólito trotarán como Ratoncitos Pérez en sus almas embriagadas y abiertas a todo y serán la dinamita que estallará impregnando de nubes de colorines las perlas dionisíacas que alientan el temblor pueril y libidinoso que transforma las actividades de la infancia en honda y sublime delectación, espoleando el deseo devastador de anteponer el siempre fascinante, gaseoso e inaudito principio del placer al principio -no muy simpático e incluso pernicioso- de la realidad.
Innecesario es agregar nada más.
Piénsenlo señoras y caballeros, qué sería de nuestra cultura y aún menos de nuestra civilización occipital si los Doctores en Pataphysica danzaran a sus anchas ejecutando estos actos a diestro y siniestro y muchos más que aún -no lo duden ustedes- reposan, prudentes, esperando el instante preciso para saltar implacables, arrebatando al vuelo los peluquines pragmáticos que yacen, hastiados, sobre las insípidas testas de nuestros contemporáneos.
¡ BUENAS TARDES !
* * *
Se equivocaría el que quisiera encontrar en estas acciones un mero sentido lúdico, o el puro delirio sin consecuencias. Que tales elementos estén también presentes en el OICOP, es innegable, y además muy saludable. Pero el OICOP asume y practica a su manera y quizás sin saberlo ciertos principios y métodos de los movimientos actuales de contestación social, y de lo que intenta ser la crítica revolucionaria de nuestro tiempo. Como en el caso de sus "representaciones", la crítica del comportamiento que cotidianamente aplican los Doctores del OICOP parte, en principio, de la realidad más vulgar y anodina, que es precisamente la que conviene sabotear y subvertir, poniéndole delante un espejo para que se reconozca en su miseria y en su imbecilidad. Por otro lado, es bien conocido que actos como por ejemplo la transformación de los nombres de las calles se han utilizado durante los años 90 en muchas de las luchas sociales, por medio de las llamadas "acciones estéticas" o "simbólicas", que han intentado incorporar el humor y la imaginación a la protesta política, inspirándose en los presupuestos utópicos de las vanguardias históricas que intentaron fusionar el arte con la vida y con la lucha revolucionaria (5). Tan en boga han estado estas acciones, que han terminado por llegar al MACBA de Barcelona, donde se han impartido clases de "guerrilla estética" para los futuros activistas. Semejante inflación no podía sino generar dudas muy justificadas, como la de aquellos grupos que tachan tal actividad de "no acción" por ser espectacular, pasiva, impotente, cobarde y reformista. Sin duda el debate no está agotado, porque la dimensión simbólica del ser humano y de la sociedad en la que se integra o que desea transformar, dimensión donde entraría lo imaginario, los sueños, el inconsciente personal y colectivo, el simbolismo de clase, los mitos y las estructuras mentales de cada civilización, no deja de ser tan real como la esfera económica o política: no debería ser necesario recordar a pensadores como Sorel, Benjamin, Breton, Bataille o Castoriadis para aclarar este punto. Por lo tanto, no es descabellada una actividad que se proponga actuar sobre la materia simbólica y la conciencia de las personas, mediante estrategias que partiendo del legado de cierto arte y de cierta poesía se basan también en la utilización de lo imaginario y del símbolo, para desencadenar una serie de consecuencias prácticas en la lucha social. Pero una de las debilidades de esta estrategia es su dependencia asumida de los medios de comunicación, con los que se cuenta para que publiciten un acontecimiento que se convierte por lo mismo en seudoacontecimiento; otra, el voluntarismo que se obsesiona en positivizar la acción simbólica, en darle una función útil y práctica que, al no corresponderse siempre con la realidad, acaba por suplantar a la acción real. Ambos errores van de la mano, intrínsecamente unidos. Tal vez la acción que preferiríamos llamar poética, para reencontrarse consigo misma, necesite volver al anonimato más estricto, aun pagando el precio de pasar desapercibida, y de refundarse en su irresponsabilidad, en el placer que a sí misma se causa: que causa a los que las ponen en práctica, decimos. Sin renunciar a la voluntad subversiva de cortocircuitar por medio del choque poético las costumbres mentales y el proceso de descomposición del aparato afectivo, de lo que se trata hoy es de esbozar a partir siempre de la realidad objetiva una cierta poética de la vida cotidiana tan imprescindible como la crítica de la misma, pero, a diferencia de ella, autocomplaciente, gozosa, siempre gratuita, aunque por su condición escandalosa, por su negación de las experiencias clonadas y de la muerte lenta de la economía del aburrimiento, esa poética pueda y deba metamorfosearse en crítica, en un proceso dialéctico del que desgraciadamente todavía ni conocemos ni dominamos sus leyes. Hablar desde la miseria omnipresente de placer y gozo es caer sin duda en el discurso utópico que desea encontrar ya en lo real aquello de lo que la realidad carece, pero, aun asumiendo la necesidad ante todo de una crítica negativa que emprenda el gran trabajo de demolición pendiente, hay quien no renuncia a la afirmación de la vida contra la dictadura de la muerte. La crítica negativa que por puritanismo o rigor da la espalda a cualquier dato sensible o afectivo que demuestre la pervivencia de lo vivo, se tranforma en miserabilismo; y el miserabilismo tiende a apuntalar la miseria, o a edificarla.
Esa básica banalidad es la que no olvida el OICOP en su existencia cotidiana. Por eso mismo, lo que al fin y al cabo se expresa públicamente en el terreno equívoco y limitado del "arte" ("arte escénico", en su caso), lo que podría interpretarse como un juego fútil que se empeña en el delirio por el delirio, y que parte de un desprecio confeso y nihilista por lo político, desemboca en algunos de los problemas que se plantea la impugnación radical de nuestro tiempo (6). Porque lo que está vivo y se manifiesta como vivo siempre termina por unirse a la lucha por la vida contra la superviencia, igual que el sueño se ramifica en la vigilia, o la razón encuentra al fin a su doble.
NOTAS
1. En una publicación surrealista de 1947, Jules Monnerot hablaba ya de cierto pecado de imaginar que se concretaría hoy en la prohibición efectiva de atreverse a vislumbrar siquiera una organización social diferente a la dominante, prohibición que se materializa no tanto desde el exterior sino desde uno mismo, en cada uno de nosostros. No es casual que nuestro tiempo no segregue utopías, sino contrautopías. Esta mediocridad imaginativa no pasa sin consecuencias nefastas. El caso argentino es muy ilustrativo de esta debacle del espíritu. Aunque la reinvención de la asamblea y del trueque están sustituyendo en muchas zonas a la autoridad del Estado y a la economía de mercado, existe todavía un prejuicio, un tabú que impide extraer las últimas consecuencias de un proceso que ya es revolucionario: la dificultad casi invencible de proponerse y proponer otro mundo, otra vida. Por esta grieta se cuelan la resignación y el escepticismo que traen de regreso a los "hombres providenciales", los políticos honestos, las recetas infalibles y tradicionales del FMI, las ayudas del Primer Mundo, y el consabido convoy de ilusiones consoladoras. No es casual que en algunas asambleas de Argentina se empiecen a debatir la necesidad de propuestas, y no sólo protestas. Para que esas "propuestas" sean destructivas y no caigan en el reformismo, el ejercicio crítico de la imaginación quizás esté supeditado a la afirmación de la teoría revolucionaria y a la maduración de la conciencia de clase, pero debe estar junto a ellas, y mejor cuanto más cerca.
2. Negativo, en el sentido de que estos actos deberían por su propia lógica resultar inaceptables para el orden y la legalidad dominantes, cayendo así en la misma delincuencia, desde el punto de vista de ese orden. Como decía Vaneigem a propósito de los "actos surrealistas" escandalososy provocadores que sugería el Primer Manifiesto de Breton, cuando critica que no proliferaran con la suficiente conciencia y sistematización, "llamar surrealista a todo acto sancionado por las leyes habría puesto el acento, en un primer momento, sobre la alienación general, sobre el hecho de que nadie puede ser uno mismo sino obedeciendo a la parte inhumana que el condicionamiento del Estado y de sus mecanismos introduce en cada cual. A continuación, se podría haber distinguido entre los actos ´repensibles´desde el punto de vista de las leyes, y que se inscriben en precisamente en la lógica de muerte, en la lógica de la inhumanidad impuesta por el poder, y los que al contrario, nacen de un reflejo de la voluntad de vivir" (Historia desenvuelta del Surrealismo"). Aun sin caer bajo el castigo de las leyes, desde luego todo comportamiento que se quiere libre tiene que pasar también por esta prueba de fuego: darse cuenta de que su reino no es de este mundo, que al expresarse en plenitud, choca inevitablemente con los límites del orden dominante, que, quiéralo o no, lo niega y lo combate. En el caso del OICOP, baste con decir aquí que su concepto de vida inspirada ha chocado alguna vez, efectivamente, con la policía. Hasta el punto de casi provocar un motín popular.
3. Hace ya varios años, el OICOP "actuó" en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en el marco del Festimad. Ya hacia el final, las risas, las sonrisas y la complaciencia indulgente del público sobrado de sí mismo se congeló y cayó hecho pedazos cuando el Dr. Bungalou Lumbago Atresbandas pronunció estas sencillas palabras: "La patafísica ha vuelto para destruir vuestro mundo. Por eso se intenta aniquilarla. Porque cuando la ETA mató a ese Tomás y Valiente que tanto queréis y por el que tanto lloráis, se equivocó, ya que quería acabar con los patafísicos". Aunque luego el discurso recuperaba el tono humorístico y aparentemente enloquecido, el daño ya estaba hecho. El atentado del famoso jurista estaba efectivamente muy reciente, y la broma se comprendió como lo que era, como un insulto.
4. "Lo propio del surrealismo es partir de lo real, tenerlo siempre presente e intentar descubrir en esa realidad una dimensión que le es inmanente, y que se ha llamado surrealidad", puntualiza Sourois. "EL OICOP no es sordo ni refractario a los hechos desnudos, cuando quiere los extenúa con el rigor y la sensibilidad de un combatiente, los goza, los apura como para quien vivir significa matar, los ordena en campo abierto para estrellarse contra ellos con titánico vigor sexual, y la palidez resultante del encuentro produce desmesuradas erecciones y desmesuradas flaccideces. Indistintamente Edipo inquiere a la Esfinge o toma el té con ella", aclara el Dr. Quatre Vingt Cocotiers en el manifiesto ya mencionado.
5. Para una visión de conjunto y de primera mano de estas acciones, es recomendable consultar el folleto Acción directa en el arte y la cultura (entre textos teóricos clásicos y futuros clásicos de Paul Nougé, Debord y Wolman, Hakim Bey o Luther Blissett, contiene reflexiones pioneras de la primera mitad de los 90 en España, o al menos en Madrid, como las de Preiswert Arbeirtskollegen, Industrias Mikuerpo o el Grupo Surrealista de Madrid), editado por Literatura Gris. La misma editorial ha publicado un sabroso dossier del Luther Blissett de antes del éxito literario, Pánico en las redes. Teoría y práctica de la guerrilla cultural. La editorial Virus, en fin, ha editado también un compendio casi enciclopédico de todas las tácticas y tendencias de este "modo de lucha": Manual de guerrilla de la comunicación.
6. Sin embargo, hay una objeción fundamental a esta realización de la patafísica. ¿No amplía y se complace quizás en la confusión propiciada por el espectáculo, por los medios de comunicación, por el principio de realidad virtual de esta economía de la fantasmagoría en la que vivimos? ¿No puede coincidir con las estrategias de falseamiento de la realidad y de la existencia, en vez de enriquecerlas y liberarlas? ¿Se puede apagar el fuego arrojando más madera? Los Hermanos Marx dirían que sí; cierta crítica radical no está tan segura. Existe un peligro evidente en complacerse en una actividad y una actitud todo lo imaginativa que se quiera, pero que puede recordar desgraciadamente las estupideces de los mass-media, los entretenimientos disparatados de la economía posindustrial. Este peligro podría arruinar desde la raiz la empresa patafísica, al menos vista desde el exterior. En este sentido, tal vez sería útil conocer unos extractos de la réplica a tales objeciones del principal animador del OICOP, Hilario Traver, el Doctor Bungalou Lumbago Atresbandas:
"Los doctores hacen sus acciones de perversión por el placer primario que esto supone como una forma de volver a vivir las experiencias de la infancia, en el sentido de lo hecho y experimentado por primera vez. Los sujetos que se dedican a las endebles manifestaciones como la "cámara oculta" o Gran Hermano, vuelven a sus casas con la conciencia bien acomodada y su vida bien ordenada donde no entra ni una mota de polvo de la VIDA. Así se pudren en su cielo particular. Estos individuos entran dentro de la normalidad y no salen de ella. Los que participan en estos programas no estan en guerra con ellos mismos y sus actos son equiparables a lo que suelen realizar en el cuarto de baño, o en el salón-comedor, oficina, etc.
Desbaratar el sistema de valores y creencias de estos "bienpensantes" es nuestro cometido. El lenguaje y con él las relaciones sociales donde se manifiesta puede ser un buen punto de partida.
Los actos patafísicos son enteramente gratuitos, son realizados por diversión, puro placer, exento de cualquier condicionamiento, y, en este sentido, la calle es como una prolongación del espíritu patafísico donde surge la pregunta: ¿Qué voy a hacer con mi vida? En la misma calle están las claves para la respuesta, ¡ojalá no sea nunca contestada!"